LA ESTANCIA
El zumbido que se escuchaba en toda la habitación
hizo detener mi lectura. Al salir me dirigí a la sala, era el lugar en donde se
escuchaba más fuerte. Un charco de sangre tiznando el piso, como si hubiesen
degollado algún animal o persona. Un fuerte hedor comenzaba a inundar toda la
sala. Las cortinas que adornaban las ventanas se agitaban por el fuerte viento
que golpeaba los cristales. Me saltó la
duda de si se trató de algún ritual satánico porque según la nota que leía,
esta práctica se había hecho muy normal en Sabana Angosta. Una rara
desesperación comenzaba a embargarme al darme cuenta que me encontraba solo en
el hotel, puesto que a pesar del hedor, nadie salía para husmear. Afuera, la
luz circunsolar lograba desayudarme por momentos.
Gruesas trenzas comenzaban a salir de entre los árboles
en forma de tentáculos que buscaban aprisionarme. Unos alaridos salían de la
maleza, eran escalofriantes, como si estuviesen despellejando a alguien. Ahora
veo que la nota escrita por Eutimio antes de desaparecer, era cierta. No se
trata de un simple espurio como dijera Artemio Cabrilis aquella noche. Veo como todo
toma forma ahora. Todo pasaba muy rápido ante mis ojos, apenas podía pensar
sobre lo que sucedía. Toda la nube que llenaba mi mente despareció al ver una
inmensa criatura antropomorfa que lanzaba terroríficos gruñidos que resonaban
por todo el lugar. El fluir del frio en mi cuerpo crecía. Nada de lo había
leído se comparaba con lo que veía frente a mí. Era irremediable correr, de
hecho, no había para donde correr. Miré en kilómetros y solo se veía todo un
bosque con frondosos árboles parecían sacados de algún cuento de terror.
Inexplicablemente la bestia permanecía inmóvil frente a mí, como esperando
alguna reacción de mí. Lo extraño es que la gente parecía haber desaparecido,
el hotel se había quedado sin visitantes aparentemente. Como visión espectral, de
entre la espesura del bosque una figura emergía casi suspendida en el aire. Su
negro atuendo se confundía con el gris oscuro que cubría el hotel. Saqué la
nota escrita por Eutimio para leerla de nuevo. Allí me di cuenta de que Goudy y
Artemio escondían algo. El tiempo pareció detenerse de pronto. Aquella figura
fantasmal se acercaba cada vez más a mí. Me era imposible la visión de momento.
Apenas se advertían algunas siluetas rodeándola, como sombras delgadas que se
movían a su alrededor cual diminutas y largas serpientes que se movían en cámara
lenta.
Goudy mentía
respecto al monstruo, la nota decía que en el momento en que el hijo de Eutimio
era devorado por no se sabe qué, fue salpicado de sangre. Algo que hizo
tildaran de loco a su autor, quien al igual que todos, había desaparecido. Supe
que ya no había tiempo para regresar. Ni siquiera tenía mucho tiempo para
buscar una razón ante lo que veía. Mi corazón sentía desfallecer y la presión
del miedo inmovilizaba mis piernas. No sé cómo llegué a escapar de aquellas
fauces viscosas, cuya profundidad rojiza se abrieron para tragarme. Ahora que
estoy en este frio lugar no dejo de preguntarme si lo que vi pasó de verdad, o
si la nota de Eutimio existió. Una suave mano frota mis cabellos al tiempo que
el doctor Bernard, con rostro fúnebre me muestra las pastillas que debo tomar
para calmar mi delirium tremens.
‘’Posiblemente,
debido a mi condición, se piense que no estoy en mis cabales.
Pero me
atrevo a decir que lo que pasa en Sabana Angosta es real. Mi hijo de 27 años,
fue devorado por una bestia a plena luz del día y en presencia de muchas
personas que han optado por guardar silencio, mientras que otros han
desaparecido misteriosamente. Estoy consciente de los hechos, ya que no pude
intervenir por la fuerza descomunal de la bestia y su invisibilidad, la cual
hicieron venir por medio de un conjuro diabólico’’.
¡Enfermera,
nadie puede hallar esta nota. Debe usted quemarla ahora mismo!
Félix Villalona.